Una vez que me encuentro vagando
me gusta ‒como a Hazlit‒
vegetar por la calle.
Hay un placer eminentemente solitario
en dejarse ir
doblar la esquina
en vez de seguir de frente
retorcer el camino
hasta hacerlo serpenteante.
Resbalar por la curvatura
de la materia.
Ser arrastrado mecido jalonado
perderme en los objetos
que salen a mi encuentro.
Oscilar
de acuerdo a las vibraciones de la calle (Luigi Amara; A pie; Almadía; pag. 22)