Lentitud y actitudes. Pierre Sansot

He querido describir algunas actitudes que dejan espacio a esta lentitud y nos aseguran un alma invariable.

Vagar: tomarnos tiempo, dejarnos guiar por nuestros pasos, por un paisaje.

Escuchar: ponernos a disposición de otra palabra a la que concedemos crédito.

El aburrimiento: no el no querer nada, sino la aceptación y el gusto por lo que se repite hasta la insignificancia.

Soñar: instalar en nosotros una conciencia crepuscular pero alerta, sensible.

Esperar: con el fin de ampliar el horizonte de la forma más vasta y libre posible.

La provincia interior: la parte marchita de nuestro ser, una representación de lo anacrónico.

Escribir: para que poco a poco se abra paso en nosotros la verdad.

El vino: escuela de sabiduría.

Moderato cantabile: la medida más que la moderación. (Pierre Sansot; Del buen uso de la lentitud; Tusquets, pag. 13-14) 

Aburrimiento. Byung-Chul Han

La responsable del aburrimiento profundo es una vida regida completamente por la resolución a actuar. Es la otra cara de la actividad excesiva, de la vida activa, que carece de cualquier forma de contemplación. El aburrimiento profundo solo llegará a su final cuando la vida activa, en su crítico final, integre en sí la vida contemplativa y vuelva a ponerse a su servicio. (Byung-Chul Han; El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse; Herder, pag. 122)

Aburrimiento y democracia. Sergio del Molino

Se juzga el aburrimiento como algo negativo e indeseable, cuando constituye uno de los grandes logros democráticos… Los demócratas nos vemos obligados demasiado a menudo a subrayar que el aburrimiento es una virtud cívica. «Ojalá vivas en tiempos interesantes» es una famosa maldición china. Luchar por la democracia puede ser excitante, pero la democracia misma, cuando es buena, es un muermo. (Sergio del Molino; Lugares fuera de sitio; Espasa, pag. 229)

Contra la captura del tiempo. Cibrán Sierra Vázquez

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«Los humanos necesitamos reconciliarnos con su contemplación, sin proyectar en ella nada más que la admiración de los tejidos que el propio tiempo va hilvanando a su paso, tal y como ocurre con la escucha radical de una experiencia musical única. Un mundo que no hace del derecho al tiempo una prioridad es un universo dopado, ansioso y al borde del colapso nervioso. Una sociedad que secuestra y captura el tiempo, e impone a su ciudadanía un ritmo tan frenético que no permite la escucha del silencio y, en él, la posibilidad de reconciliarse con la imaginación propia, los deseos y los sueños es una sociedad psicópata que acabará por castrar nuestra posibilidad de entendernos los unos a los otros».

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