Cambio. Rebeca Solnit

La gente mira al futuro y piensa que las fuerzas del presente se van a desplegar de una forma coherente y predecible, pero todo examen del pasado revela que los tortuosos caminos del cambio son tan extraños que no pueden siquiera imaginarse. (Rebecca Solnit; Una guía sobre el arte de perderse; Capitán Swing, pag. 97)

El duelo inacabado. Joan-Carles Mèlich

En efecto, la vida de un cuerpo finito es espectral. En la materialidad de los cuerpos (humanos y no humanos, también en las cosas, en las pequeñas cosas que llenan nuestra existencia), hay un trasfondo habitado por cicatrices que, a veces, se vuelven a abrir, vuelven a sangrar, unas cicatrices que lloran el dolor de una pérdida, la experiencia de una ausencia que nos sobrepasa, que nos inquieta y nos conmueve. De repente, sin saber por qué razón ni por qué causa, la cicatriz libera el trauma que había ocultado hasta entonces, y el espectro vuelve a hacer acto de presencia. No hay identidad humana sin ese trasfondo, y la pérdida forma parte de ella. Somos seres fragmentados que poco a poco nos consolidamos, pero las grietas, las cicatrices y los traumas persisten. La cuestión es si seremos capaces de convivir con ellos. El drama surge en el instante en que descubrimos que el duelo aún no había acabado, que aún no se había dado por despedido, quizás porque era −y será− un duelo infinito, una añoranza que en cualquier momento podrá comparecer de nuevo y que nos cambiará para siempre la vida. (Joan-Carles Mèlich; La experiencia de la pérdida; Fragmenta, pag. 47)

Cambio y perdurabilidad. Abi Andrews

Somos movimiento y cambio perpetuos, pero hay algo que perdura y que cambia, aunque de una forma tal gradual que algo queda. No podríamos conocernos a nosotros mismos −por lo menos, solo un poco y solo a veces− sin este algo perdurable. Es tal vez «De verdad espero que la luz te acompañe siempre, aunque no se pueda decir que la luz nunca cambia, pero, sea cual sea tu nueva luz, confío en que exista y siempre desearé que te siga acompañando».

Porque es la luz la que te guiará hasta lo siguiente. Si no existe este algo perdurable, este tipo de fuerza gravitacional, podemos perder el rumbo por completo y olvidar que el juego consiste en seguir adelante y perder el rumbo lo menos posible. La luz es el testigo, la vida es la carrera y la despedida es el paso del testigo; hay que seguir corriendo y pasando el testigo, solo que en realidad cada vez que lo pasas lo intercambias, recibes uno nuevo.

Es hermoso que este movimiento y esta despedida puedan hacernos sentir tristes y albergar un deseo genuino de que, aunque esta cosa o esta persona vaya a seguir su propio camino sin ti, lo haga con esa luz, aunque en realidad nunca puedas saberlo (Abi Andrews; Naturaleza es nombre de mujer; Volcano, pag. 371)

La vida complicada. Kay R. Jamison

La vida es demasiado complicada, demasiado cambiante para ser algo distinto de lo que es. Y yo soy, asimismo y por naturaleza, demasiado veleidosa como para no sentir cautela ante la grave perversidad que consiste en ejercer más control del necesario sobre fuerzas incontrolables. Habrá siempre elementos propulsores y perturbadores, y estarán ahí hasta que, como dice Lowell, le quiten a una el reloj de la muñeca. Son, al final de cada día, los momentos individuales de inquietud, de crudeza, de poderosos convencimientos y de entusiasmos enloquecedores quienes rinden las cuentas de la vida, quienes cambian la naturaleza y la dirección del trabajo y quienes proporcionan el significado final y el colorido a los amores y a la amistad. (Kay R. Jamison; Bipolar. Una mente inquieta; Tusquets, pag. 218-219)

Lo nuevo. Philipp Blom

Lo nuevo solo puede pensarse cuando adquiere forma, si se puede ver y oír y toca una fibra emocional. Ese es el trabajo principal de artistas y pensadores, y lo hacen desde los escenarios de una vida interior y dramatizada que se comunica por distintos medios creando una relación con el público y posibilitando así un cambio real. (Philipp Blom; El gran teatro del mundo; Anagrama, pag. 134)

Perdón. José Tolentino Mendonça

El acto de perdonar es una declaración unilateral de esperanza. El perdón no es un acuerdo. Si espero que el que me ha oprimido venga a mi encuentro y me arranque la tristeza, puedo esperar sentado. El perdón es un gesto unilateral que enmudece la voz de la venganza y cree que detrás del que me ha herido hay un ser humano vulnerable, capaz de cambiar. Personar es creer en la posibilidad de transformación, empezando por la propia… para perdonar, es necesario anhelar furiosa y pacientemente lo que (todavía) no existe. (José Tolentino Mendonça; Pequeña teología de la lentitud; Fragmenta, pag. 20-21)

Lugar. Barry Lopez

Uno nunca puede, incluso aunque preste la más estricta atención en todos los sentidos, comprender por completo un lugar, por muchas veces que vaya a él. No solo porque el lugar está en cambio constante, sino porque la esencia de cualquier lugar no es la transparencia, sino la oscuridad. (Barry Lopez; Horizonte; Capitán Swing, pag. 41)

Márgenes. María Sánchez

Me gusta pensarme así. Que soy una de esas moléculas que suben a la superficie en el venero del río Huéznar, en un pueblo cerquita del mío, de donde también vienen parte de mis antepasadas. El principio, el origen, el comienzo.

La primera vez que me senté cerca del manantial y me asomé al cúmulo de agua y sus burbujas, no pude evitar pensar en las mujeres que me antecedieron, sentadas como yo, en la misma postura, descansando, o quizás sin preguntarse nada, tan sólo mirando cómo nacen los primeros hilillos de agua. Y no sólo me ocurre allí, me pasa en todos los sitios donde hay agua y que tienen alguna relación con mi familia.

Siento obsesión por las orillas. Por lo que arrastra el río y por lo que queda al margen. Piedras, lodo, ramitas. Esos habitantes con los que no puede el agua y abandona en el margen. Y aunque no acompañen al transcurso del agua, se dejan hacer. Son hijos de la erosión que los moldea una y otra vez con la fuerza del agua. No me gusta pensar que este cambio sucede a base de golpes, no. Prefiero imaginar a la fuerza del agua como una madre que mece y arrulla, que va transformando a los hijos mientras ella también, sin darse cuenta, cambia. Y que, a pesar de la humedad y del paso de las estaciones se siguen reconociendo. (María Sánchez; Tierra de mujeres. Una mirada íntima y familiar al mundo rural; Seix Barral, pag. 151-152)

Uno mismo. Jorge Wagensberg

Uno cambia cada día que pasa, pero acaso exista una parte de uno mismo común a todos los días de la vida de uno mismo.

La parte de uno mismo que depende de uno mismo (lo culto) puede descubrir la parte de uno mismo que no depende de uno mismo (lo innato). (Jorge Wagensberg; A más cómo, menos por qué; Tusquets, pag. 103)

Tiempo y aroma. Byung-Chul Han

Donde hay aroma hay recogimiento.

El aroma es lento. Por eso no se adecúa, ni desde una perspectiva medial, a la época de las prisas. Los aromas no se pueden suceder a la misma velocidad que las imágenes ópticas. A diferencia de estas, ni siquiera se dejan acelerar. Una sociedad regida por los aromas seguramente no desarrollaría ninguna propensión al cambio y la aceleración.

[…] La época de las prisas no tiene aroma. El aroma del tiempo es una manifestación de la duración. (Byung-Chul Han; El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse; Herder, pag. 72)

Orden y cambio. Sándor Márai

… Lo mismo nos ocurre con el orden de la vida, elaboramos nuestros métodos y durante mucho tiempo estamos convencidos de que nuestros horarios son perfectos, por la mañana trabajamos, por la tarde vamos de paseo, por la noche cultivamos el espíritu… y un día descubrimos que todo esto sólo es soportable y tiene sentido si está en el orden inverso y no comprendemos cómo hemos podido estar tantos años cumpliendo unas reglas tan descabelladas… En este punto de inflexión cambia todo, en nuestro interior y en nuestro entorno. Y sin embargo el nuevo orden y la renovada sensación de tranquilidad también son transitorios, no durarán para siempre porque todo sigue las leyes del cambio y algún día dejará de ser válido. (Sandor Márai; La mujer justa; Salamandra, pag. 218)