Cariño. Magda Szabó

Nuestro cariño era recíproco, pero al resultar al mismo tiempo tan complejo y con elementos tan imprecisos como los del propio amor, administrarlo en el roce cotidiano, tratando de evitar conflictos, requería mucha tolerancia y concesiones mutuas. (Magda Szabó; La Puerta; Mondadori; pag. 127)

Miedo. Marianne Fredriksson

Puede que Karin fuese, sencillamente, una de esas personas excepcionales que saben que el cariño no se puede cultivar, abonar, ni regar, porque el amor no es más que la ausencia de miedo.

También había comprendido que el miedo que vibra en las personas a lo largo de la vida casi nunca se puede remediar, que en el fondo nadie puede ayudar a otro. Y esto hace que la necesidad de consuelo sea inmensa. (Marianne Fredriksson; La historia de Simon; Emecé, pag. 16)

Decir lo que se siente. Delphine de Vigan

Uno piensa que tendrá tiempo de decir las cosas, y cuando se quiere dar cuenta ya es demasiado tarde. Uno piensa que basta con dar muestras de cariño, con hacer gestos, pero no es verdad, hay que decir lo que se siente. Decir, esa palabra que tanto te gusta, Mickka. Las palabras son muy importantes, no hace falta que te lo diga a ti, que fuiste correctora para una importante revista, si no me equivoco.

‒¿Qué te gustaría decir?

‒¡Y yo qué sé! Dos o tres cosas a modo de despedida… «Ha sido genial», «Me ha encantado haberte conocido», «Todo un honor», «Un placer», «Buen viaje hacia lo desconocido», «Mucha suerte en el más allá», «Gracias por todo», ¡yo qué sé! O quizá, sencillamente…, estrecharte entre mis brazos ‒Pues adelante. (Delphine de Vigan; Las gratitudes; Anagrama, pag. 162-163)

Cariño. Magda Szabó

Hoy en día sé algo que en esa época aún desconocía. Que el cariño es una emoción desarticulada por excelencia, y por eso se resiste a ser dosificada con prudencia. Es inútil pretender regular cómo debe encauzar cada uno sus afectos: no hay fórmulas que valgan. (Magda Szabó; La Puerta; Mondadori; pag. 99)

El aparato de vida. Kenizé Mourad

El aparato de vida. Delicadamente lo coloco sobre la boca y la nariz pinzada. Él se agita, dice que no con la mano, yo insisto y, con un nudo en el estómago, sigo el movimiento de la cabeza que trata de eludirlo, pero él continúa debatiéndose… ¿Qué estoy haciendo exactamente? ¿Le doy la vida o lo estoy ahogando? El médico asegura que es su única oportunidad, es preciso seguir. Descompuesta, los ojos llenos de lágrimas, mantengo a la fuerza las mascarillas a pesar de sus negativas, cada vez más débiles. ¿Cómo puedo torturarlo así? Por su bien, para que se cure, dice el médico. ¿Curarse de qué? No hay nada que curar; no está enfermo. Simplemente, ya no tiene ganas de vivir.

Le he quitado la mascarilla, lo he cogido en brazos y lo he estrechado dulcemente para tranquilizarlo, para decirle cuánto lo amamos… Este es su oxígeno. Si lo amáramos verdaderamente, si estuviera seguro de eso, quizás quisiera seguir viviendo. Las personas mayores mueren sobre todo de falta de amor. Esta mañana estaba encantado de verme, había recobrado las fuerzas para hablar y sonreír, cuando desde hacía una semana se encontraba medio en coma. ¿Y si me quedara con él? (Kenizé Mourad; Un jardín en Badalpur; del Taller de Mario Muchnik, pag. 17)