Patria. Primo Levi

«Patria»: no será inútil detenerse en la palabra. Se sitúa ostensiblemente fuera del lenguaje hablado; ningún italiano dirá nunca, si no es bromeando, «tomo el tren y vuelvo a mi patria». Es una acuñación reciente y no tiene un sentido unívoco; no tiene un equivalente exacto en otras lenguas diferentes del italiano; no aparece, que yo sepa, en ninguno de nuestros dialectos (y éste es un signo de su origen docto y de su abstracción intrínseca), ni en Italia ha tenido nunca el mismo significado. En realidad, según las épocas, ha indicado entidades geográficas de diferente extensión, desde el pueblo en que se ha nacido y (etimológicamente) donde han vivido nuestros padres, hasta, después del Risorgimiento, a toda la nación. En otros países equivale poco más o menos al hogar, o al sitio de nacimiento; en Francia (y a veces también entre nosotros) el término ha adquirido al mismo tiempo una connotación dramática, polémica y retórica: la Patrie es tal cuando es amenazada o desconocida.

Para quien se aleja el concepto de patria se vuelve doloroso y al mismo tiempo tiende a palidecer; ya Pascoli, habiéndose alejado (aunque no mucho) de su Romaña, «dulce, país», suspiraba «yo, para mí la patria es donde se vive». Para Lucía Mondella, la patria se identificaba visiblemente con las «cimas desiguales» de sus montes que surgen de las aguas del lago de Como. Por el contrario, en países y en tiempos muy agitados, como Estados Unidos y la Unión Soviética, de patria no se habla sino en términos político-burocráticos: ¿cuál es el hogar, cuál «la tierra de los padres» de esos ciudadanos en eterno traslado? Muchos de ellos no lo saben ni les preocupa. (Primo Levi; Los hundidos y los salvados; Muchnik Editores, pag, 151)