El otro. Delphine de Vigan

Todo aquel que vive o ha vivido en pareja sabe que el Otro es un enigma. Yo también lo sé. Sí, sí, sí, una parte del Otro se nos escapa, sin lugar a dudas, porque el Otro es un ser misterioso que alberga sus propios secretos, es un alma tenebrosa y frágil, el Otro oculta para sí su parte de infancia, sus heridas secretas, intenta reprimir sus turbias emociones y sus oscuros sentimientos, el Otro debe como cada cual aprender a llegar a ser él, y consagrarse a no sé qué optimización de su persona. El Otro-ese-desconocido- cultiva en su pequeño huerto secreto, pues claro, hace tiempo que lo sé, pues no nací ayer. Leo libros y revistas femeninas. Palabras vanas, lugares exclusivos, que no procuran el menor consuelo. Porque en ningún lugar he leído que el Otro-ese-desconocido, el mismo con el que se vive, se duerme, se come, se hace el amor, el mismo con el que se cree estar de acuerdo, en sintonía, incluso en armonía, resulta ser un extraño que alberga los pensamientos más abyectos y dice cosas que te llenan de vergüenza. ¿Qué hacer cuando se descubre esa parte del Otro que emerge de la nada parece haber sellado un pacto con el diablo? ¿Qué hacer cuando se comprende que el otro lado de la escena se hunde en un cenagal con efluvios a alcantarilla? (Delphine de Vigan; Las lealtades; Anagrama, pag. 116-117) (lasai)

El hombre es un impenetrable secreto. Erich Fromm

El hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo −y para sus semejantes−. Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa, y tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del conocimiento. Sin embargo, no podemos de dejar sentir el deseo de penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es “él”. (Erich Fromm; El arte de amar; Paidós, pag. 42-43)

Secretos. Marcela Serrano

‒Yo he sido depositaria de una gran cantidad de secretos. Será que mi vida parece más abierta que otras, mi moral menos rígida, y allí puede caber cualquier aberración. La gente a mi alrededor sabe que ésta no me dañará, y a la vez, mi reacción no dañará a la otra. Y es cierto. Tengo espacio en el corazón para todo lo marginal e ilegítimo. Ello no me amedrenta. Y lo curioso es lo poco secreta que soy yo. Todo lo mío es terriblemente público. Como si con ello le quitara la posible oscuridad a las vivencias. Lo oscuro no me gusta, Ana. (Marcela Serrano; Nosotras que nos queremos tanto; Txalaparta, pag. 185)

Trabajo con las palabras y el silencio. Delphine de Vigan

Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias.

Y con el miedo a morir.

Forma parte de mi oficio.

Pero lo que me sigue sorprendiendo, lo que me alucina incluso, lo que aún hoy ‒tras más de diez años de práctica‒ me deja a veces sin aliento, es la perdurabilidad de las penas infantiles. La huella ardiente, incandescente, que dejan a pesar e los años. Una huella indeleble. Miro a mis viejos, tienen setenta, ochenta, noventa años, me cuentan recuerdos antiguos, me hablan de épocas lejanas, ancestrales, prehistóricas, sus padres murieron hace quince, veinte, treinta años,  pero el dolor del niño que fueron sigue ahí. Intacto. Puedo leerlo en sus caras y escucharlo en sus voces. (Delphine de Vigan; Las gratitudes; Anagrama, pag. 114-115)

Madurez. Ignacio Martínez de Pisón

A veces pienso que la madurez consiste en tener algún secreto que guardar. Yo antes no tenía y ahora cada vez tengo más. Todos llevamos unos cuantos secretos dentro y tenemos que luchar para que nadie nos los arrebate. (Ignacio Martínez de Pisón; El tiempo de las mujeres; Anagrama, pag. 247)

La lentitud y el pudor son necesarios en la vida. Christian Bobin

(Hablando de la vida) Podría hacerle una declaración de amor, pero no lo haría nunca porque conozco su pudor y sé también que los amores declarados a menudo se destruyen: la declaración los destruye. La lentitud y el pudor son necesarios en la vida y ambas son cosas que andan estropeadas en nuestros días. Hacemos como si no debiera haber nada secreto y yo diría que en secreto la flor se abre, en secreto los animales del bosque hacen sus madrigueras. Los poemas se gestan en secreto y las cosas más bellas llegan y se arman en secreto y antes de venir a nosotros. Debemos nuestra nobleza de seres vivos a las cosas ancestrales, como la lentitud, el pudor, el secreto, la atención. Intentemos no maltratarlas más si es posible. (Christian Bobin; La presencia pura; Ediciones El Gallo de Oro, pag. 56)

Secretos, zonas oscuras… Miguel Sánchez-Ostiz

Tenemos recovecos en los que no entra nadie, que muy raras veces vamos a compartir, a poder compartir: los secretos que nos sostienen y pueden destruirnos.

Zonas oscuras, llama Steiner, a esos terrenos de nuestra privacidad, de nuestra inconfesable intimidad, donde guardamos nuestros temores más vitales.

(Miguel Sánchez-Ostiz; Vivir de buena gana; Alberdania, pag. 6 y 16)