Gusto. Joan-Carles Mèlich

La memoria nos remite a la ausencia, a los ausentes. Y aquello que despierta la memoria no es el sentido de la vista, sino, en el caso de Proust, el olfato y el gusto. El gusto, el sabor de las cosas, es un sentido especial, porque lo que bebo o como está en mí. No es la visión de la magdalena la que provoca el recuerdo, porque, de hecho, el narrador de la novela de Proust ya había visto muchas otras sin que se desencadenara nada en él. El sentido de la memoria involuntaria no es la vista, sino el gusto. A diferencia de los otros sentidos en los que el objeto se sitúa a distancia del cuerpo, en el sabor el objeto se incorpora literalmente a él. Ya forma parte del cuerpo, de mi cuerpo. Una vez el objeto ha entrado en contacto con mis labios, con mi lengua, con mi paladar, no puedo dejar de sentir. No puedo, como en el caso de la vista, cerrar los ojos; o, como con el tacto, dejar de tocar; o, como con el oído, taparme los oídos. Aquí no. El recuerdo me posee del todo. (Joan-Carles Mèlich; La experiencia de la pérdida; Fragmenta, pag. 58-59)

La historia de los senderos es nuestra historia. Torbjørn Ekelund

El sendero y el paisaje están unidos de manera irrevocable. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Nos comprendemos a nosotros mismos en la relación que guardamos con el paisaje en el que nacemos. Más que cualquier otra cosa, este constituye el marco de nuestra existencia. Cuando caminamos por un paisaje, hacemos algo que percibimos como profundamente significativo. Nos desplazamos como se supone que debemos hacerlo. El ritmo nos permite mirar a nuestro alrededor, absorber el mundo, contemplar cómo se transforma lentamente, escuchar sonidos, percibir olores, sentir el viento, el sol y la lluvia en el rostro y el suelo bajo nuestros pies, que se transforma a medida que caminamos.

Los caminos son los relatos de los caminantes. Tienen un principio, una mitad y un final. Apuntan hacia delante, hacia la meta del trayecto, pero también señalan hacia atrás, a todos los que los han recorrido antes que nosotros y a los que imprimieron sus primeras huellas. La historia de los senderos es nuestra historia. (Torbjørn Ekelund; Senderos. El deseo de viajar a pie; Volcano, pag. 21)

¿Puede una persona conocer a otra en profundidad? Torsten Pettersson

¿No puede una persona conocer a otra en profundidad, ni siquiera a aquella que le es más cercana en la vida? Nunca, por mucho que lo intenté, pude sentir realmente los sentimientos de Inger. Sus pensamientos sobre nosotros, si era feliz o infeliz conmigo. Su tormento cuando la enfermedad la atacó. Yo estaba encerrado en mi sistema nervioso y ella en el suyo.

Y con otras personas todavía más. Hablo con un vecino o con un compañero de trabajo. Nos ponemos de acuerdo y hacemos algo juntos. Es como si formáramos parte de una misma imagen… pero en realidad no es así. ¡Componemos un mosaico en el que cada persona es una pieza aislada, un sistema lleno de pensamientos propios, sentimientos… y recuerdos! Las personas están llenas de recuerdos en los que piensan todos los días, cosas que otros solo conocen a grandes rasgos o ignoran por completo. (Torsten Pettersson; Dame tus ojos; Penguin Random House, pag. 162-163)

Sentirse fuera. Delphine de Vigan

Toda mi vida me he sentido siempre fuera, no importa dónde me encontrara, fuera de la imagen, fuera de la conversación, desfasada, como si fuese la única que oyera ruidos o mensajes que los demás no perciben, y sorda a las palabras que parecen entender, como si estuviese fuera de encuadre, al otro lado de un cristal inmenso e invisible. (Delphine de Vigan; No y yo; Anagrama, pag. 17)

Decir lo que se siente. Delphine de Vigan

Uno piensa que tendrá tiempo de decir las cosas, y cuando se quiere dar cuenta ya es demasiado tarde. Uno piensa que basta con dar muestras de cariño, con hacer gestos, pero no es verdad, hay que decir lo que se siente. Decir, esa palabra que tanto te gusta, Mickka. Las palabras son muy importantes, no hace falta que te lo diga a ti, que fuiste correctora para una importante revista, si no me equivoco.

‒¿Qué te gustaría decir?

‒¡Y yo qué sé! Dos o tres cosas a modo de despedida… «Ha sido genial», «Me ha encantado haberte conocido», «Todo un honor», «Un placer», «Buen viaje hacia lo desconocido», «Mucha suerte en el más allá», «Gracias por todo», ¡yo qué sé! O quizá, sencillamente…, estrecharte entre mis brazos ‒Pues adelante. (Delphine de Vigan; Las gratitudes; Anagrama, pag. 162-163)

Hay que andar y sentir. Soledad Puértolas

Las vidas de las personas no se conocen, no se abarcan con un golpe de vista. Indagar puede ser doloroso, puede decepcionar. Pero, si no se indaga, ¿no vivimos demasiado lejos de la vida? Nadar y andar, ésta es la doctrina que imparte el médico, un sistema de protección. Luego está la ley de la gravedad, ¿una clase de protección, también, pero más esencial? Eso es lo que hay que conseguir: estar anclada a la vida de forma natural, sin hacerse tantas preguntas sobre los otros, sobre los enigmas, sobre el vacío. Hay que andar, hay que respirar hasta el fondo de los pulmones el aire del invierno, esté contaminado o no, hay que fijarse en las copas de los árboles, en su desnudez transitoria, una desnudez que se remediará dentro de unos meses, hay que mirar las fachadas de las casas doradas por el sol que va cayendo. Hay que andar y sentir el peso del cuerpo sobre el asfalto, y no pensar, sino sentirlo todo. (Soledad Puértolas; Historia de un abrigo; Anagrama, pag. 226)