Vivir en la lectura y crecer con el libro. Juan Casamayor

¿Qué es un libro?, ¿una «extensión de la memoria y la imaginación», como afirma Jorge Luis Borges? ¿Qué es un lector?, ¿una «figura mitológica narrada por los editores», como dibuja Andrés Neuman? Los editores formamos parte de esa memoria y esa imaginación colectivas que constituyen los libros que nos preceden y los que nos sobrevivirán. Incluso somos responsables, en parte, de esa mitología de la que habla con humor inteligente Neuman. El editor se sitúa contiguo a estos dos extremos. Vivir en la lectura y crecer con el libro. El editor es ese lector para quien no es suficiente vivir la lectura en la soledad enriquecida y acompañada de la palabra y que, por alguna razón cultural, social o quizá mística, en todo caso irremediable, construye un ecosistema más amplio, habitado por el placer y la reincidencia que para otros supone leer. Bello verbo, leer. El acto de leer nos duplica, nos sueña y nos encuentra.  El editor y la palabra. El editor y la lectura. El editor y su familia del aire; familia que se concreta en los escritores que completan un catálogo. La escritura del editor es su catálogo y cada capítulo, o mejor dicho, cada cuento, es una obra y su autor. Más que nunca creo en el compromiso del editor con el aquí y el ahora que me ha tocado vivir y ello se manifiesta en una alianza firme con mi literatura contemporánea, con mi idioma, con la cofradía del español. No soy editor de libros aislados. Siento debilidad y practico una edición en el tiempo y en la obra del escritor, con el que dialogo y debato. (Juan Casamayor; Vivir del cuento; en AA.VV.; Trama & Texturas 35; Trama editorial, pag. 116)

Nostalgia. Andrés Neuman

Creo que la quietud es el alimento del recuerdo. La nostalgia cae del lado de los que nos quedamos, y sé de lo que hablo. No hay nada que me deje más pensativa que ir a despedir a alguien […]

Los viajeros huyen de la nostalgia. Cuando se viaja no hay tiempo para la memoria. Los ojos están llenos, los músculos cansados. Apenas queda fuerza ni atención para otra cosa que no sea seguir moviéndose. (Andrés Neuman; El viajero del siglo; Alfaguara, pag. 518)

Manos. Andrés Neuman

Tomando el té, Hans tuvo otro sobresalto: las manos de Sophie. No el aspecto de sus manos, que eran insólitamente alargadas, sino su modo de tocar los objetos, de palpar cada forma, de interrogarla con las yemas. Al rozar cualquier cosa, la taza, el costado de la mesa, algún pliegue del vestido, las manos de Sophie parecían medir su relevancia, leer cada objeto que tomaban. Siguiendo el veloz sigilo de esas manos, Hans creyó entender mejor la actitud de Sophie y supuso que esa aparente lejanía era en realidad una intensa desconfianza que todo lo examinaba. (Andrés Neuman; El viajero del siglo; Alfaguara, pag. 44)

Despedida. Andrés Neuman

Qué raras las despedidas. Tienen algo de helador, como de muerte, y sin embargo despiertan la fuerza desesperada de la vida. Quizá las despedidas fundan un territorio, o nos devuelven al único territorio que de verdad nos pertenece, la soledad. Es como si, de tanto en tanto, una debiera regresar a esa zona, trazar una raya y decir: de aquí salí, esta era yo, ¿cómo soy yo? (Andrés Neuman; El viajero del siglo; Alfagura, pag. 516)

Incertidumbre. Andrés Neuman

Querido, dijo Hans, ¡te has vuelto conservador! Eso lo dices, negó Álvaro, porque eres joven. Cuando uno es joven le gusta jugar a la incertidumbre. Pero al hacerte mayor vas perdiendo casi todas las certezas, y te aferras como un perro a lo poco que conoces: tu amor, tu familia, tu territorio. (Andrés Neuman; El viajero del siglo; Alfaguara, pag. 386)