Dinero. Claire Etcherelli

−¿No te parece que el dinero es algo realmente importante? −insistió.

−No exactamente. Pienso más bien que acabamos perdiendo de vista las cosas importantes a causa del dinero. −Lo que viene a ser lo mismo −suspiró. (Claire Etcherelli; Élise o la vida de verdad; Periférica, pag. 67-68)

Herencia. Kim Thúy

Mis padres nos recuerdan a menudo, a mis hermanos y a mí, que no tendrán dinero que dejarnos en herencia, pero creo que ya nos han legado la riqueza de su memoria, que nos permite captar la belleza de un racimo de glicinias, la fragilidad de una palabra, la fuerza de la admiración. Más aún, nos ofrecieron pies para caminar hasta nuestros sueños, hasta el infinito. Tal vez nos baste esto como equipaje para proseguir por nosotros mismos nuestro camino. De lo contrario, lastraríamos inútilmente el trayecto con pertenencias que transportar, que cuidar, que mantener.

Un proverbio vietnamita dice: «Sólo quienes llevan el pelo largo tienen miedo, pues nadie puede tirar del pelo a quien no lo tiene». Por eso intento en lo posible adquirir solo cosas que no superen los límites de mi cuerpo. (Kim Thúy; Ru; Periférica, pag. 65-66)

Madre…

Hoy mi madre cumple 92 años…

Me he dado cuenta de que uno no se separa nunca de sus padres. De repente los papeles se invierten. Te vuelves padre de tus padres. (Henning Mankell ; La falsa pista ; Tusquets, pag. 543)

Comprendí también más tarde que mi madre seguramente tuviera sueños, para mí, pero que me dio sobre todo herramientas que me permitieran echar raíces otra vez, que me permitieran soñar. (Kim Thúy; Ru; Periférica, pag. 37)

Recuerdo. Esther Kinsky

Había aprendido a marcharme, a borrar huellas, a guardar lo acumulado y recolectado, a establecer en la memoria una imagen de espacios interiores que nunca llegaría a imprimirse. Lo que acabará asentándose en el recuerdo es algo que nunca se sabe por adelantado, algo que se sustrae a todo propósito. (Esther Kinsky; Arboleda; Periférica, pag. 313)

Recuerdo. Kim Thúy

Este recuerdo explica sin duda por qué nunca abandono un lugar con más de una maleta. Conmigo únicamente llevo algunos libros. Lo demás no consigue nunca ser realmente mío. Duermo tan bien en la cama de un hotel, de una habitación de huéspedes o de un desconocido como en mi propia cama. De hecho, siempre me satisface trasladarme, tengo así la ocasión de aligerar mis bienes, de abandonar algunos objetos para que mi memoria pueda llegar a ser realmente selectiva, para que pueda recordar sólo imágenes que siguen siendo luminosas tras los párpados cerrados. Prefiero recordar mis cosquilleos interiores, mis asombros, mis zozobras, mis vacilaciones, mis cambios, mis carencias… Los prefiero porque puedo moderarlos de acuerdo con el color del tiempo, mientras que un objeto permanece inflexible, yerto, molesto. (Kim Thúy; Ru; Periférica, pag. 141)

Lo esencial. Kim Thúy

… Lo esencial estaba allí. Había generosidad y gratitud en cada uno de aquellos granos de arroz abandonados en nuestros platos. Aún hoy me pregunto si las palabras no habrían mancillado aquellos momentos de gracia. Y si, a veces, no se comprenden mejor los sentimientos en el silencio. (Kim Thúy; Ru; Periférica, pag. 38)

Gestos de amor. Kim Thúy

Hace muy poco, vi en Montreal a una abuela vietnamita preguntándole a su nieto de un año: Thu’o’ng Bà đế đậu? No sé cómo traducir esta frase de sólo cuatro palabras, pero que contiene dos verbos «amar» y «llevar». Literalmente dice: «¿Amar abuela llevar dónde?». El pequeño se tocó la cabeza con la mano. Yo había olvidado por completo ese gesto, que yo misma hice mil veces cuando era niña. Había olvidado que el amor viene de la cabeza y no del corazón. De todo el cuerpo, lo único que importa es la cabeza. Basta con tocar la cabeza de un vietnamita para insultarlo, no so a él, sino a todo su árbol genealógico. Así, un tímido vietnamita de ocho años se transformó en tigre furioso cuando su compañero quevequés de equipo le frotó la cabeza para felicitarlo por haber atrapado su primera pelota de fútbol.

Si una muestra de afecto puede comprenderse a veces como una ofensa, tal vez el gesto de amar no sea universal: debe traducirse también de una lengua a otra, debe aprenderse. En el caso del vietnamita, es posible clasificar, cuantificar el gesto de amar con palabras específicas: amar por gusto (thích), amar sin estar enamorado (thu’o’ng), amar amorosamente (yêu), amar con embriaguez (), amar ciegamente (mù quáng), amar por gratitud (tình nghĩa). Es pues, imposible amar a secas, amar sin la propia cabeza. (Kim Thúy; Ru; Periférica, pag. 135-136)

El verdadero librero. Giulia Alberico

Barbati y D’Ovidio, gracias al cielo, forman parte de esa rara categoría de verdaderos libreros, que no quiere decir vendedores de libros, sino personas que, antes de venderlos, aman los libros, los leen, los piensan. Por suerte, más tarde, seguí encontrándome con este tipo de libreros. (Giulia Alberico; Los libros son tímidos; Editorial Periférica , pag. 72)

Personas que no leen nunca. Giulia Alberico

He llegado a conocer a personas que no leen nunca, lo que se dice nunca. Me siento desarmada, ni siquiera soy capaz de imaginar una vida sin un libro. No hago juicios de valor, pero me quedo estupefacta como ante un misterio bufo. No leer nunca es como ir al mar y no meterse en el agua. (Giulia Alberico; Los libros son tímidos; Editorial Periférica pag. 97)