Hace muy poco, vi en Montreal a una abuela vietnamita preguntándole a su nieto de un año: Thu’o’ng Bà đế đậu? No sé cómo traducir esta frase de sólo cuatro palabras, pero que contiene dos verbos «amar» y «llevar». Literalmente dice: «¿Amar abuela llevar dónde?». El pequeño se tocó la cabeza con la mano. Yo había olvidado por completo ese gesto, que yo misma hice mil veces cuando era niña. Había olvidado que el amor viene de la cabeza y no del corazón. De todo el cuerpo, lo único que importa es la cabeza. Basta con tocar la cabeza de un vietnamita para insultarlo, no so a él, sino a todo su árbol genealógico. Así, un tímido vietnamita de ocho años se transformó en tigre furioso cuando su compañero quevequés de equipo le frotó la cabeza para felicitarlo por haber atrapado su primera pelota de fútbol.
Si una muestra de afecto puede comprenderse a veces como una ofensa, tal vez el gesto de amar no sea universal: debe traducirse también de una lengua a otra, debe aprenderse. En el caso del vietnamita, es posible clasificar, cuantificar el gesto de amar con palabras específicas: amar por gusto (thích), amar sin estar enamorado (thu’o’ng), amar amorosamente (yêu), amar con embriaguez (mê), amar ciegamente (mù quáng), amar por gratitud (tình nghĩa). Es pues, imposible amar a secas, amar sin la propia cabeza. (Kim Thúy; Ru; Periférica, pag. 135-136)